CONTRASTES URBANOS
La voluntad de volver abstracto el mundo figurativo.
En la mirada reside el verdadero instrumento del arte de Raquel Bigio ya que el ojo percibe y la mirada discrimina, escoge, opta por la imagen definitiva, ese punto de convergencia entre el mundo externo y el propio del operador del hecho estético. Vendrán luego otras miradas, las del público, a compartir y sumarse por afinidad a esta develación ofrecida por el artista, aquel que hace visible lo inefable.
El repertorio es sencillo, cotidiano: ambigüedad en la lectura de volúmenes por efecto de la transparencia, perspectivas arquitectónicas, valor significante de las texturas reveladas, interiores donde la figura humana está siempre ausente.
Raquel Bigio prefiere que lo humano se infiera de las formas, del color de la luz; de la imagen y desde la imagen misma. Como antes lo hiciera Vermeer en su visión de Delft, o Piet Mondrian a quien Raquel cita en alguna de sus obras. Hay espíritu clásico en estas fotografías tan contemporáneas. La norma estética está presente en la recurrente lucidez, en su carácter prístino, en la aspiración a un ordenamiento ideal. De la solicitud múltiple, a menudo caótica, del mundo circundante ella busca y encuentra la noción cognitiva.
Sus respuestas no responden a la predeterminación, ya que opera en estado de suspensión de la voluntad, en espíritu de disposición sensible. La percepción oscila, alerta en la vigilia que precede al reconocimiento: el artista se propone como vehículo de la fluencia dialéctica.
Lo esencial es la mirada, ese encuadre infalible que Raquel convirtió en innato. La seducción de sus imágenes puede llamar a engaño al observador desavisado, a aquel que suspicazmente suponga complicidades de laboratorio donde hay complejidad de la visión. Esa complejidad de la estructura que subyace en toda composición que se lee sencilla, según la preceptiva clásica.
Elba Pérez
Crítica de Arte