Las audaces obras de Raquel Bigio ponen en duda el aserto de que la fotografía es el registro fidedigno de (las apariencias de) la realidad, o, según afirmaba Lazlo Moholy-Nagy, en 1929, "la concepción documental por antonomasia del mundo exterior, tal como nos la ofrece el sentido de la vista".

Pero esa puesta en duda - o cuestionamiento - es realizada a partir de aquella misma propiedad básica de la fotografía, y nunca por medio de trucos o artificios. Por lo contrario, no se puede pedir a Raquel Bigio mayor adhesión al principio número uno de la fotografía ni uso más riguroso de las técnicas y recursos pertenecientes a la disciplina.

¿Cómo, pues, poner en duda, cuestionar la fidelidad de la fotografía? Nada más sencillo aunque nada más creativo: modificando (las apariencias de) la realidad, el mundo exterior, el sentido mismo de la vista, o, por lo menos, su direccionalidad, su empleo regular. Y, sin embargo, nos hallamos aquí ante otro hecho tan especial como el referido a la autenticidad fotográfica en sí. Porque Raquel Bigio modifica (las apariencias de) la realidad, el mundo exterior, el empleo regular de la vista, sin cambiar un ápice de ninguno de tales elementos.

Como podemos advertirlo en esta muestra, los objetos enfocados por la cámara son - valga la redundancia - los mismos objetos que aparecen en las fotografías, más allá de las variantes de cada toma.

Esos objetos, de los que solamente vemos fragmentos, no han perdido nada de sus estructuras y componentes, ni siquiera en virtud de procesos de laboratorio. Pero aún a pesar de ser los mismos, son otros objetos.

Son objetos de creación, productos artísticos. Por lo tanto, oscilando entre lo fidedigno y lo transgresor, la preservación de las apariencias y su desarreglo, Raquel Bigio obtiene un tercer ente, que es fidedigno y, a la vez, transgredido, es real aunque también ilusorio, pero sobre todo es la superación de estos contrarios en una alianza positiva y autónoma.

Una de sus obras, denominada "Interpenetración Espacial", nos muestra un detalle interno del Palais de Glace (Salas Nacionales de Cultura). Pero en la fotografía resultante, el Palais de Glace ha dejado de serlo al convertirse en algo más que un edificio observado a partir de una de sus partes: ahora es la certeza de una existencia distinta y hasta entonces ignorada, un hecho independiente de lo registrado por la cámara, que tiene todo y nada que ver con ese registro, porque de ver se trata.

Jorge Glusberg
Extracto de “El arte de Raquel Bigio: Translaciones, transfiguraciones, transustanciaciones” 1997