El planeta Gaudí está en Barcelona y por allí anduvo a fines del año pasado Raquel Bigio, que no pudo sustraerse del extraño magnetismo de sus construcciones.

La singular concepción arquitectónica parecería estar basada en las formas que adoptan los aluviones de lava petrificada, con aberturas que parecen taladradas por la fuerza de algún viento monstruoso, que dejó a su paso contornos sinuosos y abultamientos.

Pero sobrecogiéndose al impacto de la obra en sí misma, Raquel Bigio no intenta ser descriptiva ni didáctica. La suya es la mirada de la fotógrafa viajera que se obsesiona con detalles más allá del conjunto.

La cámara se deleita con las asombrosas chimeneas abstractas de La Pedrera – precursoras del abstraccionismo biomórfico – que sería, desde las distintas perspectivas del ojo fotográfico, los habitantes del planeta Gaudí, los vigías cósmicos de la terraza.

Modernidad y Medioevo, en un enfoque fantasmagórico.

El género de la fotografía arquitectónica es un capítulo central de la producción de Raquel Bigio, quien eligió este camino por la potencia formal, la armonía, la línea, los volúmenes, las repeticiones. Su trabajo fotográfico sobre la arquitectura – con nuevos puntos de vista sobre el paisaje urbano – recupera el sentido de la composición como principio constructivo de la obra de arte.

Del mismo modo que muchos artistas, la fotógrafa se sintió atraída por la obra de Gaudí, cuyo impacto visual – a mitad de camino entre la arquitectura y la escultura, y que anticipa, por caso, las formas externas/internas de Henry Moore – suele imponerse sobre los que tratan de integrarla.

La serie de fotos de Bigio funciona como una pincelada y un acento, como la evidencia de un tributo a partir de una visión personal. Ante una obra que corta la respiración, la fotógrafa no se paraliza, sino que exhibe su fascinación.

Fabián Lebenglik